Qué dice Filipenses 3 20
La Biblia es un libro sagrado que contiene enseñanzas y mensajes de Dios para sus seguidores. Filipenses es uno de los libros del Nuevo Testamento y fue escrito por el apóstol Pablo a la iglesia en Filipos. En el capítulo 3 de este libro, Pablo aborda varios temas importantes para la vida cristiana.
Nos centraremos en analizar el versículo 20 de Filipenses 3. En este pasaje, Pablo habla sobre nuestra ciudadanía celestial y cómo esto debe influir en nuestra forma de vivir en este mundo. Veremos cómo ser ciudadanos del cielo tiene implicaciones en nuestra identidad, nuestra perspectiva y nuestra conducta. Además, reflexionaremos sobre cómo podemos vivir de acuerdo con nuestra ciudadanía celestial mientras aún estamos en la tierra.
- Filipenses 3:20 dice que nuestra ciudadanía está en los cielos
- Nuestra ciudadanía no es terrenal, sino celestial
- Como ciudadanos celestiales, esperamos al Salvador, Jesucristo
- Esperamos que Jesús transforme nuestro cuerpo terrenal en uno glorioso
- Filipenses 3:20 nos recuerda que no pertenecemos a este mundo, sino al reino de Dios
- Nuestra identidad y lealtad están en el cielo, no en la tierra
- Filipenses 3:20 nos anima a vivir de acuerdo con nuestra ciudadanía celestial
- No debemos aferrarnos a las cosas terrenales, sino a las eternas
- Nuestra esperanza está en la venida de Jesús y en el reino que él establecerá
- Filipenses 3:20 nos desafía a vivir con una perspectiva eterna en mente
- Preguntas frecuentes
Filipenses 3:20 dice que nuestra ciudadanía está en los cielos
En el libro de Filipenses, capítulo 3, versículo 20, encontramos una poderosa declaración que nos recuerda nuestra verdadera ciudadanía. La Palabra de Dios nos dice: "Pero nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo".
Esta afirmación nos revela una verdad profunda y transformadora: como creyentes, no pertenecemos a este mundo terrenal, sino que nuestra ciudadanía está en el cielo. Esto significa que nuestra identidad y pertenencia se encuentran en el reino de Dios, y no en las circunstancias o sistemas terrenales.
Como ciudadanos del cielo, nuestras prioridades y enfoque deben ser diferentes a los del mundo. Nuestra perspectiva debe ser eterna, buscando agradar a Dios en todo lo que hacemos y viviendo conforme a los valores y principios de su reino.
Es importante recordar que nuestra ciudadanía celestial no es algo que obtuvimos por nuestros propios méritos, sino que fue otorgada por la gracia de Dios a través de la fe en Jesucristo. Como dice Efesios 2:8-9: "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe".
Esta verdad nos llena de esperanza y expectativa, ya que también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo. Nuestra ciudadanía en el cielo nos conecta con la promesa de su regreso glorioso, cuando él vendrá a llevarnos con él y establecer su reino en toda su plenitud.
Filipenses 3:20 nos recuerda que nuestra verdadera ciudadanía está en los cielos. Esto implica que nuestra identidad, pertenencia y enfoque deben estar arraigados en el reino de Dios. Como ciudadanos del cielo, debemos vivir de acuerdo a los valores y principios de su reino, confiando en la gracia de Dios y esperando con expectativa la venida de nuestro Salvador, el Señor Jesucristo.
Nuestra ciudadanía no es terrenal, sino celestial
En el libro de Filipenses, capítulo 3, versículo 20, encontramos una declaración poderosa que nos invita a reflexionar sobre nuestra ciudadanía. El apóstol Pablo, en esta carta dirigida a la iglesia de Filipos, nos recuerda que nuestra verdadera ciudadanía no pertenece a este mundo terrenal, sino que es celestial.
En un mundo donde a menudo nos identificamos con nuestra nacionalidad, cultura o tradiciones, es importante recordar que como cristianos, nuestra identidad primordial está en el cielo. Nuestra ciudadanía no está determinada por las fronteras geográficas, sino por nuestra relación con Dios.
Esta verdad es profundamente liberadora, ya que implica que no estamos sujetos a las limitaciones y divisiones de este mundo. No importa nuestro origen étnico, género o estatus social, nuestra ciudadanía celestial nos une como parte del cuerpo de Cristo.
Como ciudadanos celestiales, también tenemos un propósito y una responsabilidad. El versículo continúa diciendo: "Y de allí esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo". Nuestra esperanza no se encuentra en las cosas temporales de este mundo, sino en la venida de nuestro Salvador. Esta esperanza nos impulsa a vivir de acuerdo con los valores y principios del reino de Dios.
En lugar de aferrarnos a las cosas terrenales que eventualmente pasarán, somos llamados a buscar las cosas que son eternas. Nuestra ciudadanía celestial nos invita a vivir en santidad, amor y justicia, reflejando la imagen de Cristo en todo lo que hacemos.
Filipenses 3:20 nos recuerda que nuestra ciudadanía no es terrenal, sino celestial. Esta verdad nos libera de las limitaciones de este mundo y nos desafía a vivir de acuerdo con los principios del reino de Dios. Que esta realidad nos inspire a vivir una vida que refleje la gloria de nuestro Salvador y Señor Jesucristo.
Como ciudadanos celestiales, esperamos al Salvador, Jesucristo
En el libro de Filipenses, específicamente en el capítulo 3 versículo 20, encontramos una declaración poderosa sobre nuestra identidad como cristianos. Pablo, el autor de esta carta, nos recuerda que nuestra ciudadanía no es terrenal, sino celestial.
En este versículo clave, Pablo nos dice: "Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo". Aquí, el apóstol nos invita a reflexionar sobre nuestra posición como ciudadanos del cielo y cómo esto afecta nuestra perspectiva y esperanza en la vida diaria.
En primer lugar, Pablo nos recuerda que nuestra ciudadanía no está ligada a este mundo temporal y cambiante. No somos solo ciudadanos de un país en particular, sino que pertenecemos al reino de Dios. Nuestra lealtad y nuestra identidad están arraigadas en el cielo, donde Dios reside.
Este recordatorio es crucial en un mundo donde a menudo nos identificamos con nuestra nacionalidad, origen étnico o estatus social. Pablo nos anima a mirar más allá de estas categorías terrenales y reconocer nuestra ciudadanía celestial. Esto implica que nuestras prioridades, valores y acciones deben reflejar nuestro compromiso con el reino de Dios.
Además, Pablo nos dice que como ciudadanos celestiales, esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo. Esta es una esperanza poderosa y transformadora que nos llena de alegría y expectativa. Sabemos que Jesús volverá y establecerá su reino de justicia y paz. Como ciudadanos del cielo, anhelamos ese día y vivimos con la esperanza de su venida.
Esta esperanza nos impulsa a vivir de manera diferente en este mundo. Nos motiva a buscar la justicia, amar al prójimo y anunciar las buenas nuevas del reino de Dios. Sabemos que nuestra verdadera patria está en el cielo, pero eso no significa que nos desentendamos de este mundo. Al contrario, como ciudadanos celestiales, estamos llamados a ser agentes de cambio y transformación aquí en la tierra.
Filipenses 3:20 nos recuerda que nuestra ciudadanía está en los cielos y que esperamos al Salvador, Jesucristo. Esta verdad tiene profundas implicaciones para nuestra identidad, perspectiva y esperanza en la vida diaria. Como ciudadanos celestiales, debemos vivir de manera coherente con nuestro compromiso con el reino de Dios y anunciar la buena noticia de Jesús en todo lo que hacemos.
Esperamos que Jesús transforme nuestro cuerpo terrenal en uno glorioso
En Filipenses 3:20, el apóstol Pablo nos recuerda una verdad fundamental de nuestra fe: esperamos con anhelo que Jesús transforme nuestro cuerpo terrenal en uno glorioso. Esta declaración nos revela una promesa maravillosa y nos invita a reflexionar sobre la esperanza que tenemos en Cristo.
En este versículo, Pablo utiliza la palabra "ciudadanía" para describir nuestra identidad como creyentes. Él nos dice que nuestra ciudadanía está en los cielos, lo cual implica que no pertenecemos completamente a este mundo terrenal. Nuestra verdadera patria se encuentra en el reino de Dios, donde Jesús es el soberano y nosotros somos sus súbditos.
Como ciudadanos del cielo, nuestra perspectiva y enfoque deben ser diferentes a los del mundo. No debemos aferrarnos demasiado a las cosas terrenales, sino que debemos tener nuestra mirada puesta en las cosas eternas. Nuestra esperanza está en la venida de Jesús y en la transformación gloriosa que experimentaremos cuando él regrese.
La transformación de nuestro cuerpo terrenal en uno glorioso implica la liberación de las limitaciones y debilidades que experimentamos en esta vida. Nuestro cuerpo actual está sujeto al envejecimiento, la enfermedad y la muerte, pero cuando Jesús vuelva, seremos transformados y recibiremos un cuerpo incorruptible y glorificado, similar al suyo.
Esta promesa de transformación nos llena de esperanza y nos motiva a vivir una vida centrada en Cristo. Sabemos que nuestra vida en esta tierra es temporal y que hay un destino eterno esperándonos. Esta certeza nos impulsa a vivir de manera digna del evangelio, buscando la santidad y compartiendo el amor de Cristo con aquellos que nos rodean.
Filipenses 3:20 nos recuerda que nuestra ciudadanía está en los cielos y que esperamos con anhelo la transformación de nuestro cuerpo terrenal en uno glorioso. Esta promesa nos invita a vivir con una perspectiva eterna y a buscar la santidad en nuestra vida diaria. Que esta verdad nos inspire a vivir con esperanza y a compartir el mensaje de salvación con otros.
Filipenses 3:20 nos recuerda que no pertenecemos a este mundo, sino al reino de Dios
En el libro de Filipenses, en el capítulo 3, versículo 20, encontramos un recordatorio muy importante para todos los creyentes. Este versículo nos dice lo siguiente:
"Pero nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo."
Estas palabras nos invitan a reflexionar sobre nuestra identidad como cristianos y sobre nuestra relación con el mundo en el que vivimos. En primer lugar, el versículo nos dice que nuestra ciudadanía no está en este mundo, sino en los cielos. Esto significa que nuestra verdadera patria es el reino de Dios, y que somos ciudadanos de ese reino.
Como ciudadanos del reino de Dios, debemos vivir de acuerdo a los valores y principios de ese reino. Nuestra lealtad y nuestra identidad no deben estar basadas en las normas y expectativas de este mundo, sino en la voluntad de Dios y en su palabra. Esto implica que debemos vivir de una manera que sea agradable a Dios, evitando los pecados y las tentaciones del mundo.
Además, el versículo nos recuerda que debemos esperar al Salvador, al Señor Jesucristo. Esto significa que nuestra esperanza no está puesta en las cosas de este mundo, sino en la venida de Cristo y en la vida eterna que él nos ofrece. Nuestra mayor esperanza y anhelo debe ser encontrarnos con nuestro Salvador y vivir en su presencia por toda la eternidad.
Filipenses 3:20 nos invita a recordar nuestra ciudadanía celestial y a vivir de acuerdo a los principios y valores del reino de Dios. No pertenecemos a este mundo, sino al reino de Dios, y nuestra esperanza está puesta en la venida de Cristo y en la vida eterna que él nos ofrece. Que estas palabras nos animen a vivir de una manera que sea digna de nuestra ciudadanía celestial.
Nuestra identidad y lealtad están en el cielo, no en la tierra
En Filipenses 3:20, el apóstol Pablo nos recuerda la importancia de tener una perspectiva celestial en medio de un mundo terrenal. En este verso, nos dice: "Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo".
Estas palabras nos invitan a reflexionar sobre nuestra identidad y lealtad como creyentes. Pablo nos recuerda que, aunque vivimos en este mundo, nuestra verdadera ciudadanía está en el cielo. Esto significa que nuestra lealtad, nuestra esperanza y nuestra identidad deben estar fundamentadas en Dios y en su reino.
Nuestra identidad en el cielo
En primer lugar, Pablo nos enseña que nuestra identidad está en el cielo. Ya no somos los mismos de antes de conocer a Cristo. Hemos sido transformados y adoptados como hijos de Dios (Romanos 8:15). Ahora, nuestra identidad está en ser parte de su familia y en llevar su imagen en nosotros.
Esto implica que ya no nos identificamos con los valores, las prioridades y las ambiciones del mundo. Nuestra identidad está en Cristo y en su reino, y esto debe guiar nuestras decisiones, nuestras acciones y nuestra forma de vivir.
Nuestra lealtad en el cielo
Además de nuestra identidad, Pablo nos exhorta a tener una lealtad en el cielo. Esto significa que nuestra lealtad no debe estar en los sistemas políticos, en las ideologías o en las personas de este mundo, sino en Dios y en su reino.
En un mundo lleno de divisiones, conflictos y corrupción, es fácil caer en la tentación de buscar nuestra seguridad y nuestra esperanza en las cosas terrenales. Pero Pablo nos recuerda que nuestra verdadera esperanza está en el regreso de Cristo, quien vendrá a establecer su reino de justicia y paz.
Esperanza en el cielo
Finalmente, Pablo nos anima a tener una esperanza centrada en el cielo. Aunque enfrentemos dificultades y pruebas en este mundo, nuestra esperanza está en el regreso de Cristo y en la vida eterna que él nos ha prometido.
Esta esperanza nos da fortaleza para perseverar, nos motiva a vivir de acuerdo a los valores del reino y nos ayuda a mantener una perspectiva eterna en medio de los desafíos diarios.
Filipenses 3:20 nos llama a recordar nuestra identidad y lealtad en el cielo. Nuestra identidad está en Cristo y en su reino, y nuestra lealtad debe estar en Dios y en su voluntad. Tener una perspectiva celestial nos ayuda a vivir de manera coherente con nuestra fe y a mantener la esperanza en medio de las tribulaciones. Que estas palabras de Pablo nos inspiren a buscar una identidad y una lealtad verdaderas en el cielo y a vivir con esperanza en medio de un mundo cambiante.
Filipenses 3:20 nos anima a vivir de acuerdo con nuestra ciudadanía celestial
En el libro de Filipenses, capítulo 3, versículo 20, encontramos una poderosa afirmación que nos invita a vivir de acuerdo con nuestra ciudadanía celestial. Este versículo nos recuerda que como creyentes en Cristo, nuestra verdadera ciudadanía no está en este mundo, sino en el cielo.
"Pero nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo."
Esta declaración nos revela una verdad profunda y transformadora: nuestra identidad y lealtad no se encuentran en las cosas terrenales, sino en el reino de Dios. Como ciudadanos celestiales, nuestras perspectivas, valores y acciones deben reflejar nuestra conexión con el cielo.
Para vivir de acuerdo con nuestra ciudadanía celestial, debemos recordar constantemente nuestra esperanza en el regreso de nuestro Salvador, Jesucristo. Esperamos ansiosamente el día en que Él vendrá a llevarnos a nuestro hogar eterno en el cielo. Esta esperanza nos motiva a vivir una vida santa y a buscar las cosas que son eternas.
En este mundo, a menudo somos tentados a priorizar nuestras ambiciones personales, metas terrenales y placeres temporales. Sin embargo, Filipenses 3:20 nos llama a desviar nuestra mirada de las cosas terrenales y a fijarla en las cosas celestiales. Nuestra ciudadanía en el cielo nos llama a vivir una vida de santidad, amor, justicia y esperanza.
Como ciudadanos celestiales, también somos llamados a ser embajadores de Cristo en este mundo. Debemos ser testigos de su amor y gracia, compartiendo el mensaje del Evangelio con aquellos que nos rodean. Nuestra ciudadanía celestial nos capacita para ser luz en medio de la oscuridad y sal en este mundo necesitado.
Filipenses 3:20 nos desafía a vivir de acuerdo con nuestra ciudadanía celestial. Nos recuerda que nuestro hogar verdadero y nuestra esperanza están en el cielo, no en este mundo. Como ciudadanos celestiales, nuestra vida debe reflejar nuestra conexión con el reino de Dios, viviendo una vida santa y compartiendo el amor de Cristo con los demás. Que este versículo nos inspire a vivir de acuerdo con nuestra verdadera identidad en Cristo.
No debemos aferrarnos a las cosas terrenales, sino a las eternas
En el libro de Filipenses, capítulo 3, versículo 20, el apóstol Pablo nos recuerda la importancia de no aferrarnos a las cosas terrenales, sino a las eternas. Esta enseñanza nos invita a reflexionar sobre el valor de nuestras prioridades y a tener una perspectiva más elevada en nuestra vida.
"Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo" (Filipenses 3:20).
En este versículo, Pablo nos revela que nuestra verdadera ciudadanía no se encuentra en este mundo, sino en los cielos. Esto significa que nuestra identidad y nuestro destino están ligados a una realidad superior y eterna. No debemos enfocarnos en las cosas temporales y pasajeras de este mundo, sino en aquellas que tienen un valor duradero y trascendente.
El apóstol nos exhorta a poner nuestra esperanza en el Salvador, en el Señor Jesucristo. Esta esperanza no se basa en las circunstancias cambiantes de la vida terrenal, sino en la promesa de salvación y vida eterna que nos ofrece Cristo. Es en Él donde encontramos la verdadera seguridad y el propósito significativo para nuestra existencia.
Por lo tanto, debemos vivir con una mentalidad celestial, enfocados en las cosas de arriba y no en las de la tierra. Nuestras metas y aspiraciones deben estar alineadas con los valores y propósitos de Dios, que trascienden las limitaciones y las superficialidades de este mundo.
Filipenses 3:20 nos insta a desapegarnos de las cosas terrenales y a aferrarnos a las eternas. Nos recuerda que nuestra ciudadanía se encuentra en los cielos y que debemos tener nuestra esperanza puesta en el Señor Jesucristo. Esta enseñanza nos desafía a vivir con una mentalidad celestial, buscando constantemente las cosas de arriba y alineando nuestras prioridades con los propósitos de Dios.
Nuestra esperanza está en la venida de Jesús y en el reino que él establecerá
En el libro de Filipenses, capítulo 3, versículo 20, encontramos una declaración poderosa que nos habla sobre nuestra esperanza y expectativa como creyentes en Jesucristo. El apóstol Pablo nos dice:
"Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo,"
En esta breve pero profunda afirmación, Pablo nos revela un aspecto fundamental de nuestra identidad como seguidores de Cristo. Nos recuerda que nuestra verdadera ciudadanía no se encuentra en este mundo terrenal, sino en los cielos. Nosotros, como creyentes, no pertenecemos a un lugar geográfico específico, sino que nuestra patria es el reino de Dios.
Esta declaración nos invita a reflexionar sobre nuestra perspectiva y prioridades en la vida. Si nuestra ciudadanía está en los cielos, entonces nuestra lealtad y compromiso deben estar centrados en los valores y principios del reino de Dios. Esto implica que nuestras acciones, decisiones y estilo de vida deben reflejar los mandamientos de Cristo y buscar su gloria.
Además, Pablo nos habla de una esperanza concreta y tangible. Nos dice que esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo. Esta es una promesa que nos llena de gozo y expectativa, ya que anhelamos el regreso de Jesús y la manifestación plena de su reino en la tierra. Sabemos que él vendrá nuevamente y establecerá su reinado de justicia y paz.
Esta esperanza en la venida de Jesús debe impactar nuestra vida diaria. Nos anima a vivir con una actitud de vigilancia, anticipando su regreso y preparándonos espiritualmente para ese momento. También nos motiva a compartir el mensaje del evangelio con otros, para que también puedan tener esta misma esperanza y experimentar la salvación en Cristo.
Filipenses 3:20 nos recuerda que nuestra ciudadanía está en los cielos y que esperamos al Salvador, Jesucristo. Esta verdad nos desafía a vivir de acuerdo a los valores del reino de Dios y a vivir con la expectativa de su venida. Que esta palabra nos inspire a vivir una vida que refleje nuestra verdadera identidad como ciudadanos del reino de Dios.
Filipenses 3:20 nos desafía a vivir con una perspectiva eterna en mente
En el capítulo 3 del libro de Filipenses, el apóstol Pablo nos presenta una perspectiva única y desafiante para nuestra vida cristiana. En el versículo 20, nos dice: "Pero nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo".
Esta afirmación de Pablo nos invita a reflexionar sobre la importancia de tener en mente una perspectiva eterna en todo momento. Nos recuerda que nuestra verdadera ciudadanía no se encuentra en este mundo terrenal, sino en los cielos. Somos ciudadanos del Reino de Dios y nuestra lealtad y esperanza deben estar puestas en nuestro Salvador, Jesucristo.
En un mundo lleno de distracciones y preocupaciones temporales, es fácil perder de vista nuestra identidad y propósito como cristianos. Nos vemos tentados a buscar nuestra satisfacción y seguridad en cosas terrenales como el éxito, el dinero o el poder. Sin embargo, Pablo nos exhorta a fijar nuestra mirada en lo eterno y a vivir de acuerdo a nuestra verdadera ciudadanía celestial.
¿Qué significa vivir con una perspectiva eterna en mente?
Vivir con una perspectiva eterna implica tener una conciencia constante de la realidad del Reino de Dios y de nuestra futura esperanza en Cristo. Significa que nuestras decisiones, acciones y prioridades están influenciadas por la certeza de que esta vida terrenal es solo temporal y que hay una vida eterna que nos espera.
En lugar de enfocarnos exclusivamente en nuestros propios deseos y metas terrenales, vivir con una perspectiva eterna nos lleva a buscar primero el Reino de Dios y su justicia (Mateo 6:33). Nos hace conscientes de que nuestras acciones tienen repercusiones eternas y nos motiva a vivir una vida de obediencia y entrega a Dios.
¿Cómo podemos vivir con una perspectiva eterna en mente?
Para vivir con una perspectiva eterna en mente, es necesario fortalecer nuestra relación personal con Dios a través de la oración, el estudio de la Palabra y la comunión con otros creyentes. Estas prácticas nos ayudan a mantener nuestra mirada en lo eterno y a recordar constantemente nuestra identidad y propósito como ciudadanos del Reino de Dios.
También es importante cultivar una mentalidad de desapego hacia las cosas materiales y temporales de este mundo. Reconocer que todo lo que tenemos es un regalo de Dios y que nuestra verdadera riqueza se encuentra en Cristo nos ayuda a no aferrarnos a las cosas terrenales y a vivir con generosidad y generosidad hacia los demás.
Finalmente, vivir con una perspectiva eterna implica vivir con esperanza y confianza en el regreso de nuestro Salvador, Jesucristo. Nos llena de gozo saber que un día estaremos con Él en la eternidad y nos motiva a vivir una vida santa y dedicada a Su servicio mientras esperamos Su venida.
Filipenses 3:20 nos desafía a vivir con una perspectiva eterna en mente. Nos recuerda que somos ciudadanos del Reino de Dios y que nuestra lealtad y esperanza deben estar puestas en nuestro Salvador, Jesucristo. Al vivir con esta perspectiva, nuestras decisiones, acciones y prioridades estarán influenciadas por lo eterno, y viviremos una vida que honra a Dios y tiene un impacto eterno en el mundo.
Preguntas frecuentes
¿Qué dice Filipenses 3:20?
En Filipenses 3:20 se dice: "Pero nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo".
¿Cuál es el significado de Filipenses 3:20?
El versículo habla sobre nuestra identidad y ciudadanía celestial como creyentes en Cristo, y nuestra esperanza de su regreso como Salvador.
¿Cuál es el contexto de Filipenses 3:20?
En el capítulo 3 de Filipenses, el apóstol Pablo habla sobre su confianza en Cristo y su deseo de conocerlo más. El versículo 20 es parte de su exhortación a vivir como ciudadanos del cielo mientras estamos en la tierra.
¿Cómo podemos aplicar Filipenses 3:20 en nuestra vida?
Podemos recordar que nuestra identidad y esperanza están en Cristo, y vivir de acuerdo a eso, buscando las cosas de arriba y anhelando su regreso.
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